jueves, 10 de marzo de 2016

AKIHABARA, la ciudad de la electrónica

 

Una de las ventajas que tiene viajar lejos es el jet lag. Muchos lo veran como una molestia y un fastidio, pero incluso a eso se le puede sacar provecho si uno se organiza bien.

Así que madrugué sin esfuerzo y salí del ryokan con muchas monedas de cien yenes para gastar en video juegos y la visa escondida en el fondo de mi cartera para caso de necesidad en Yodobashi, la tienda de electrónica más grande del mundo. Difícil no pecar.



Akihabara no desfrauda. antes de que el metro efectúe su parada, uno ya puede ver desde el vagón los edificios recargados de carteles, rojos, publicidad, brillante, carteles enormes que le hacen a uno pensar que en lugar de entrar a un barrio, uno entra en una dimensión paralela.No cabe duda, es el epicentro de la cultura OTAKU en Japón (sinónimo de persona con aficiones obsesivas y se aplica a cualquier tema o campo, aunque sobre todo al anime y al manga).







Segun asomas a la calle, recibes estímulos de lo más variado; altavoces que saludan en tono chillón y canturrean ofertas, chicas disfrazadas de sirvientas repartiendo flyers y sonriendo como muñecas, adolescentes locales caminando apresurados hacia su sala de videojuegos predilecta, hombres de negocios con su album de cromos de Dragon Ball bajo el brazo, por no hablar del inconfundible aroma a pollo al curry que lo invade todo...


No sé ni cómo los pasos me llevaron al edificio Sega, el primero con el que te topas.
Allí hay plantas en las que se puede fumar, los clientes habituales tienen una tarjeta a la que llaman Passport, que recargan de dinero y con ella se mueven velozmente entre sus máquinas favoritas.
Uno se siente allí fuera de lugar. Todos parecen ser expertos en algun juego, se pasan horas frente a pantallas complejas, con el cigarro y/o la bebida energética sacada de las expendedoras que hay en cada planta.



El ruido es ensordecedor. Pero tiene algo extraño. Detrás de todo el sonido electrónico, los gritos de luchadores, los zumbidos y las explosiones, prevalece una especie de silencio de fondo.
Tuve la sensación de que si alguien desenchufara de repente todas las máquinas del edificio, los centenares de personas que estaban en él, permanecerían silenciosas y sumisas.



Pasear por ese barrio es divertido y da mucha información del caracter japonés más materialista. No busquéis templos en este barrio. Dificilmente encontraréis uno.
Pero veremos edificios enteros dedicados a alquilar salas privadas de karaoke, verdadera pasión de los japoneses y última opción de viajeros que se quedan sin hotel. Allí uno puede pasar la noche, aunque con la desventaja de que no tienen duchas.


Se mezclan las tiendas de anime con los pequeños sushi restaurants a precios más que razonables, y el té macha a discreción.
Es curioso el concepto Kawaii, que se refiere a algo mono, dulce, redondeado, infantil. Hay cantantes kawaii, accesorios kawaii, tiendas kawaii, incluso bares y restaurantes con sus menús muy kawaii. Por esa razón muchos llaman a Japón The Cute Country.
 

Paralelo a la calle principal Chuo Dori abundan tiendas de electrónica mas sencilla, cables y componentes asoman por cajas y contenedores de lo mas retro, y un submundo de trastiendas de segundamano se hace fuerte en la zona menos transitada de esta pequeña ciudad de la electrónica.